LOS DISIMULOS DE LA SOLEDAD
HAYA DE LA TORRE, SU CALCULADO CELIBATO Y UNA TEORÍA SOBRE LA HOMOSEXUALIDAD
Marilucha. Así le decían. Fue la última de las mujeres que pudo convertirse en la novia oficial de Haya de la Torre, si él hubiese querido. Se llamaba María Luisa García-Montero Koechlin. Era bonita, aristócrata, caprichosa; después se suicidó tomando veneno. Una vez lo fue a buscar al local de su partido, el Apra, acompañando al corresponsal de la revista Time que iba a hacerle una entrevista. Llegaron en la noche para escuchar una de las conferencias que el líder aprista solía dar a sus seguidores mientras permanecía en Lima. Tenían que comprar boletos para ingresar, el auditorio estaba repleto. Marilucha también trabaja de periodista: publicaba en las revistas Limeña, Vanguardia y Caretas. Escribía de toros, poetas, y de la selecta vida social de una ciudad aún pródiga en apellidos compuestos. Esa noche, sin embargo, solo quería estar cerca de Haya de la Torre. Según le había confiado al reportero de Time, estaba enamorada de él. Quería seducirlo.
Se sentaron en la primera fila, en los lugares reservados para la prensa. Marilucha ha recordado que le dijo al corresponsal: “Creo que le gusto a este señor”. Haya de la Torre habló durante dos horas. Dio paseíllos encima del estrado, transpiró, agitó los brazos. En uno de sus gestos más típicos, inclinó su torso hacia delante, como las palomas cuando picotean comida del suelo.
Era diciembre de 1960. Gobernaba Manuel Prado, un banquero que había llegado a ser presidente apoyado por el Apra en una etapa que los libros de historia llamar “convivencia” y que todavía avergüenza a algunos apristas: antes, Prado los había perseguido con ensañamiento y desprecio. De vuelta en el Perú, Haya estaba seguro de ganar las siguientes elecciones. “Regañaremos el tiempo perdido”, dijo. Al terminar la conferencia, el periodista de Time quiso irse, ya era tarde: dejaría la entrevista para otro día. Pero Marilucha lo convenció de subir a la oficina del Jefe, como le decían a Haya sus seguidores. Otros lo llamaban por sus dos nombres de pila, Víctor Raúl. Ella le decía simplemente Víctor.
Marilucha estaba vestida con un sastre de color verde. Tenía el cabello peinado a la moda de los años cincuenta: corto pero levantado hacia la nuca, con un cerquillo que le cubría media frente. El periodista César Lévano, en ese entonces redactor y ahora editor de Caretas, la recuerda como una mujer que avasallaba al primer vistazo. “Una gran conservadora, refinada y culta”, me dijo. Era guapa. O al menos lo había sido de muchacha. Una noche visité a uno de sus sobrinos, que me enseñó algunas fotografías suyas. En una, Marilucha aparecía muy chiquilla, en una fiesta de carnavales, con una expresión de seriedad que sin embargo dejaba ver sus facciones de muñeca fabricada a mano: boquita de frsa, nariz respingada, ojos enormes y un brillo flourescente en las pupilas. En las otros fotos ya se revelaba como una encarnación de la coquetería más directa, disfrazada de tapada colonial, o posando con algunos amigos que después serian famosos por sus desbandes sexuales. Aquella misma Marilucha, a la altiva edad de treita y tres años, se abrió paso entre la multitud que esa noche había ovacionado a Haya de la Torre. Se le plantó delante, pero no lo saludó, Le regaló el privilegio de que él actuara primero.
---- Bienvenida --- ha contado que Haya dijo al verla-----. ¡Cómo se ha adelgazado usted!
Ella no podía decir lo mismo de él. Para entonces, Haya había engordado hasta la obesidad. Iba a cumplir sesenta y seis años, y su cuerpo había empezado a ensancharse desde su exilio en la embajada de Colombia, en Lima. En ese lustro de encierro se había vuelto goloso, un devorador de postres más que un gourmet. Los líderes del Apra dejaron que Marilucha y su acompañante tomaran asiento frente al Jefe. “En toda la entrevista no me miró, estaba intimidado por mi presencia”, habría de escribir ella en sus memorias unos años después. El reportero preguntaba, y Haya de la Torre respondía con su habitual solvencia. Había recorrido el mundo. Era amigo de Einstein, de Clark Gable, de Vittorio de Sica. Había charlado horas con Orson Welles y tenía anécdotas para encandilar a públicos que podían ir desde chiquillos escolares hasta profesores de Oxford, donde además había enseñado. Era un hombre que era capaz de monologar durante ocho horas seguidas: le encantaba escucharse. Marilucha le hizo una pregunta. Entonces él, al fin, volteó a mirarla. “Lo sentí”, diría ella, y le lanzó un anzuelo:
----- Usted me gusta porque es un griego ------dijo Marilucha.
Haya se acomodó en su sillón, envanecido por el piropo, y dijo en voz alta para que lo oyeran los que estaban cerca:
----- Les presento a la señorita Marilucha, una admiradora.
----- Más que eso ----- le contestó ella, graciosa e intrigante.
Algunos testigos de ese diálogo, entre ellos un primo de Haya de nombre Macedonio, festejaron el sexappeal del Jefe intercambiando sonrisas y cuchicheos de picardía. Luego tejieron una novela. Según Roy Soto Rivera, autor de una panegírico sobre el fundador del Apra de más de mil quinientas páginas, después de esa cita Marilucha viajó con él varias veces a Europa. “Para una relación sentimental existía la gran barrera de la diferencia de edades”, dice Soto. “Tal vez debido a ello, Víctor Raúl se cuidó de manejar la relación con mucha discreción”. Ella ha relatado en sus memorias que esa noche de la entrevista se despidió de Haya con la promesa de escribirle. Pero ni siquiera eso hizo, Él volvió a su apartamento de Roma, y ella cuenta que lo esperó hasta su regreso para los mítines de campaña de 1962. “Nuevamente me sedujo como un huracán” , escribió la mujer. Le envió una tarjeta. Quería verlo otra vez.
La persona que, a decir de ella, entregó aquel mensaje a Haya es Armando Villanueva, un viejo líder del Apra. Solo pude hablar con él por teléfono. “Ah, Marilucha”, dijo. “Una mujer encantadora, pero un poco locumbeta. Es cierto que lo perseguía, estaba obsesionada con Víctor Raúl”. Otro militante aprista, uno más joven, dice que el estaba en el local del partido
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